Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


lunes, 22 de enero de 2018

Rajoy y los que mandan en España



Se está consolidando la idea de que Rajoy tiene los días contados en el gobierno. Un relato que está tomando carnadura de la forma y con los medios con que suelen extender el sentido común establecido esas minorías que todo lo disponen sin necesidad de pasar por el escrutinio ciudadano. 


Hay un excedente de torpeza en la gestión y en la estrategia que, además de su ineficiencia política, ha mostrado esas vísceras del sistema que el régimen no puede permitirte que sean vistas por el público. Cuando el galgo de competición por accidente alcanza a la liebre metálica ya no vuelve a correr por falta de estímulo.


Los déficits democrático, los sesgos autoritarios, el desmoche de libertades y derechos, la parcialidad y subjetividad del poder judicial, el concepto espurio de que el malestar y la protesta ciudadana son desarreglos que sólo se pueden cauterizar desde el orden público, la corrupción generalizada son el magma purulento que se ha eyectado sobre la visión general y la liebre muestra cada vez más sus entresijos metálicos.


La intolerancia del sistema a la profundización democrática y al libre juego político del pensamiento crítico, hizo que la voladura del bipartidismo, por agotamiento de un sistema que carecía de credibilidad por la uniformidad en las alternancias de los presuntos antagonistas, se intentara corregir no por los desequilibrios de las causas sino por la penalización de las consecuencias, de tal manera que el sentido común imperante –sentido común que para Gramsci era el principal instrumento de dominación-, apelara cada vez más abiertamente al autoritarismo y al desalojo de la política como herramienta central del formato polémico constituyente de la vida pública.


 En este contexto, el problema catalán ha venido a trazar con incisión más profunda el dintorno de todos los desequilibrios postdemocráticos con los que el sistema pretende bunkerizarse contra cualquier discurso que suponga una redistribución del poder y para lo cual plantea nuevas estructuras de conflicto en las que el Estado sólo es capaz de generar relaciones de violencia y represivas.


  El conflicto no está sustanciado entre izquierda o derecha, pobres o ricos, nacionalistas o centralistas, sino entre la ley y quienes la vulneran, lo que supone situar al oponente político en el territorio de la delincuencia.


Sin embargo, todo ello requiere una gran dosis de artificialidad del sistema político, que produce que su descomposición sea más evidente. Ahora que parece que el ciclo Rajoy se desvanece, quizá se olvida la comodidad que para él y su partido supuso mantenerse en el gobierno con el apoyo de la oposición dinástica, a pesar de contar con una insuficiente minoría mayoritaria en el Congreso.


Oposición que no se ha ejercido, apoyando al ejecutivo de Rajoy “sin fisuras” –ni matices- en todos los asuntos en los que el Partido Popular ha demandado dicho apoyo. Por lo tanto, la operación para desalojar a Rajoy de la Moncloa, es una lampedusiana campaña de imagen por parte de los que verdaderamente mandan en España, para que todo siga igual, pero con los sepulcros debidamente blanqueados.


 Juan Antonio Molina



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