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El premio Nobel Mario Vargas Llosa (i)
interviene al final de la manifestación convocada por Societat Civil
Catalana hoy en Barcelona en defensa de la unidad de España bajo el lema
"¡Basta! Recuperemos la sensatez" acompañado del socialista Josep
Borell (2d) y el presidente de SCC Mariano Gomá (d), en la que se han
participado miles de personas.
Son finos, elegantes, gente de éxito,
han publicado infinidad de novelas, obras de teatro, películas y sido
invitados a cientos de actos con alfombra roja. Son asiduos a las galas
más rimbombantes de panorama cultural, social y económico. Militaron en
la izquierda al principio de la Transición, celebraron años más tarde
las victorias de Felipe González, se hicieron embajadores de la
modernidad española en el mundo y dicen que corrieron delante de los
grises aunque los que se batieron el cobre por la democracia dicen no
haberlos visto nunca.
Con los años, se han ido cabreando con
el mundo al que hablaban porque no les hacía ni puñetero caso. Algunos
se hicieron correligionarios del UPyD de Rosa Díez porque les ponía el
papel de Isabel La Católica que representaba la vasca más española que
ha parido madre en tierras cántabras.
No vieron venir el 15M y, cuando
ya no les quedó más remedio que ver la ola, lo que hicieron fue
criticarlo en sus artículos semanales o en sus entrevistas estelares. No
criticaron el 15M con la vehemencia de la derecha, sino con el
paternalismo de quienes, desde su atalaya, pensaron que tanta chavalería
estaba equivocada y que ser de izquierdas se curaría con la juventud.
Ellos se curaron.
No se les conoce la firma de un solo
manifiesto contra los desahucios, ni a favor de una ley que pare las
ejecuciones hipotecarias, ni contra las reformas laborales que tienen a
un 47% de españoles ganando menos de 1.000 euros, ni contra la violencia
machista que mata cada año alrededor de 60 mujeres, ni contra los
recortes en Sanidad, Educación, ni contra la subida al 21% de IVA que
está matando a los creadores que no juegan en la Champion cultural o
contra las puertas giratorias en las que algunos han dado más de una
vuelta.
Nada dijeron cuando el Tribunal
Constitucional impugnó el Estatuto de Autononomía de Cataluña que había
sido votado en una consulta legal, pactada, con garantías y vinculante.
Tampoco nunca salieron a manifestarse sobre las bravuconadas del PP
contra Cataluña que ha conseguido la gesta de, en sólo seis años, pasar
del 12% de independentistas al casi el 50%.
No dijeron ni pío de la Ley Mordaza que
ha multado a casi 40.000 ciudadanos por atreverse a protestar, entre
ellos a periodistas por realizar su trabajo, ni de las brutales palizas
que la Policía y la Guardia Civil propinaron en Cataluña a los
ciudadanos que querían votar en un referéndum sin vinculación jurídica,
ni de los despidos en los medios de comunicación en los que escriben
contra un país que no entienden, que no quieren entender y que
desprecian desde su comodidad de ciudadanos de identidad cosmopolita.
No dicen nada de la precariedad en la
que están los jóvenes creadores que intentan vivir de lo que ellos
viven, no dicen nada del paro juvenil que afecta al 50% de los jóvenes
españoles, ni de la insoportable desigualdad que tiene a 14 millones de
españoles durmiendo en el umbral de la exclusión social sin nadie que
salga a rescatarlos o firme un manifiesto por una renta social básica
para que, en la cuarta economía de la Eurozona, no haya nadie sin nada.
Muchos de ellos no viven ni en España,
pero saben más que nadie del conflicto con Cataluña. Son los abuelos
cebolletas de la Transición, encantados de haberse conocido y con una
ira inexplicable por las nuevas generaciones de españoles que dicen
querer votar una Constitución que sólo han ratificado el 20% de los
españoles vivos.
De tanto acudir a ágapes del Instituto
Cervantes y otras entidades públicas y privadas de la élite intelectual,
han olvidado que la cultura es un artefacto contra la injusticia para
promover los cambios y no un instrumento de los poderosos para frenar
las ansias de cambio de la ciudadanía. Dicen que son ciudadanos del
mundo, aunque no se les conoce declaración en la que aboguen por la
unificación del mundo en un ente político unitario. Son los Clinton de
provincias, los que eran progres cuando era muy fácil ser progre con
tres proclamas a favor del matrimonio LGTB o por la paridad en los
consejos de administración del IBEX-35.
Son nacionalistas españoles y no lo
saben, cosmopaletos en acción, que escriben sus columnas en
habitaciones de Manhattan o entre vuelo y vuelo internacional,
desprecian los cambios y están enfadados con una generación que ya no
los considera referencia intelectual. No han tenido empacho en
manifestarse al lado de la extrema derecha para perpetuar el régimen del
78 que heredamos de las imposiciones franquistas con el que a ellos les
ha ido tan bien.
No han firmado un sólo manifiesto para rescatar a las
clases populares de la inmundicia en la que vive un 30% de la población
española, pero no les ha temblado el pulso para salir a salvarle la vida
a la vieja España que se lía a palos contra la España que quiere pasar
página definitivamente de las bases franquistas sobre las que se levantó
el actual sistema político, que ha sido portada en el mundo entero por
estar más cerca de Turquía que de Portugal.
@RaulSolisEU | Paralelo36 | 15/10/2017
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