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miércoles, 13 de septiembre de 2017

(Albert Camus) La justicia bien vale una revolución




 Cuanto más se reflexiona en ello, más se persuade uno de que una doctrina socialista está tomando cuerpo en amplias fracciones de la opinión pública. Ayer ya lo indicábamos. Pero el tema merece la pena de que añadamos algunas precisiones. Pues, en fin de cuentas, nada de todo ello es original. 



Algunos críticos mal predispuestos podrían asombrarse de que los hombres de la Resistencia y muchos franceses con ellos hayan hecho tantos esfuerzos para llegar ahí.


Albert Camus, 1952.


Pero, en primer lugar, no es absolutamente necesario que las doctrinas políticas sean nuevas. La política (no decimos la acción) no tiene nada que hacer con el genio. Los asuntos humanos son complicados en el detalle, pero sencillos en su principio.


Puede hacerse muy bien la justicia social sin una filosofía ingeniosa. Exige algunas verdades de sentido común, y estas cosas sencillas que se llaman clarividencia, energía y desinterés. En estas materias, querer hacer cosas nuevas a toda costa es trabajar para el año tres mil. Y es enseguida, mañana mismo si es posible, cuando los asuntos de nuestra sociedad deben ser puestos en orden.


En segundo lugar, las doctrinas no son eficaces por su novedad, sino únicamente por la energía que arrastran consigo y por el espíritu de sacrificio de los hombres que las sirven. Es difícil saber si el socialismo teórico ha representado algo profundo para los socialistas de la III República. Pero hoy es una quemadura lancinante para muchos hombres. Es que da forma a la impaciencia y a la fiebre de justicia que las anima.


Finalmente, quizá es en nombre de una idea disminuida del socialismo como se llega a estar casi convencido para creer que el hecho de haber llegado a eso es poca cosa. Hay cierta forma de esta doctrina que nosotros detestamos todavía más que las políticas de tiranía. Es la que descansa en el optimismo, la que se prevale del amor a la humanidad para evitarse tener que servir a los hombres, la que invoca al progreso inevitable para esquivar las cuestiones de salarios y apela a la paz universal para soslayar los sacrificios necesarios. Este socialismo está hecho, sobre todo, con el sacrifico de los obreros. Nunca ha comprometido al que lo profesaba. En una palabra, este socialismo tiene miedo de todo y de la revolución.


Todos hemos conocido eso. Y es cierto que sería bien poca cosa si volviéramos a él. Pero existe otro socialismo que está decidido a pagar. Rechaza por igual la mentira y la debilidad. No se plantea la fútil cuestión del progreso, pero está persuadido de que la suerte del hombre sigue estando en las manos del hombre.


No cree en las doctrinas absolutas e infalibles, sino en la obstinada mejora, caótica pero incansable, de la condición humana. La justicia, para él, bien vale una revolución. Y si ésta le es más difícil que a otros, porque él no profesa el desprecio del hombre, también tiene más oportunidades de no pedir más que sacrificios que sean útiles. En cuanto a saber si tal disposición del corazón y del espíritu puede traducirse en los hechos, es un punto sobre el que volveremos.


Queríamos hoy disipar algunos equívocos. Es evidente que el socialismo de la III República no ha respondido a las exigencias que acabamos de formular. Hoy tiene la oportunidad de reformarse. Nosotros lo deseamos. Deseamos también que los hombres de la Resistencia y los franceses que se sienten de acuerdo con ellos conserven intactas estas exigencias fundamentales.


Pues si el socialismo tradicional quiere reformarse, no lo hará únicamente llamando a sus filas a estos hombres nuevos que empiezan a tomar conciencia de esta nueva doctrina. Lo hará viniendo él mismo a esta doctrina y aceptando incorporarse totalmente a ella. No hay socialismo sin un compromiso y una fidelidad de todo el ser; esto es lo que sabemos hoy. Y esto es lo que es nuevo.


“Combat”, 24 de noviembre de 1944.


*Tomado de la revista Punto Crítico



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