Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


miércoles, 16 de agosto de 2017

¿Turismofobia? No. Sobreexplotación y pobreza.

 

¡Haber estudiao!


El asuso sol despunta en un horizonte cerúleo intenso. La playa empieza a estar coloreada por cientos de sombrillas que serpentean la línea del mar. El azul predominante de la concesión del Ayuntamiento, se diluye entre los toldos amarillos, rojos y anaranjados que los abuelos y abuelas, que se han levantado a las seis de la mañana, han colocado con esmero y que, como cuando eran chiquillos y en su pueblo, cuando sus padres les mandaban a por un decilitro de aceite o un cuartillo de vino, acaban sus días siendo recaderos, ahora de sus hijos y nietos.


Virginia observa el mar, mientras coloca barriles de cerveza, limpia y decora mesas y prepara el chiringuito para la avalancha de cangrejos humanos que dentro de tres cuartos de hora, empezarán a sentarse a la espera de engullir una paella tan colorada como sus pieles. Trabaja con desgana y por necesidad. Con desgana porque la jornada se inicia a las once de la mañana y la mayor parte de los días, le dan las once de la noche cuando cierra. 


Todo por unos escasos ochocientos euros de los que apenas le quedan trescientos, tras tener que pagar el alquiler de un minúsculo apartamento, que comparte con una compañera que hace camas en un hotel,  a casi cuarenta minutos en trasporte público tierra adentro. Los días que plega después de la media noche, encima, la tienen que llevar a casa o tiene que cogerse un taxi o simplemente se queda a dormir en la playa. 


Trabaja por necesidad porque, a sus veinticinco años, tras haber acabado la carrera de químicas con notable calificación y después de haber realizado varios cursos de formación, no encuentra faena que no sea servir hamburguesas o copas y porque debería ahorrar en verano los seis mil euros que le cuesta un máster y que, tal y como van las cosas, no será capaz de juntar, ni aunque el verano durara todo el año.


 Eso, sin contar con que, de vuelta a Madrid, el piso de alquiler dónde han vivido desde que comenzó sus estudios universitarios, ha dejado de ser su casa de estudiantes para albergar a jóvenes extranjeros, que pasan la mayor parte del tiempo borrachos y que dan mucha más ganancia al casero. 


Ahora, tendrá que buscar cobijo más alejado de la Ciudad Universitaria, y seguro que mucho más caro que los ochocientos euros del alquiler que pagaba junto con sus otras tres compañeras, por un piso bien situado y grande (aunque tuvieran que pagar todo el año, para no perder la vivienda).


Virginia, ni siquiera ha tenido oportunidad, como alguna de sus amigas, de irse a trabajar al extranjero (de lo suyo). Durante el curso, sobrevive poniendo copas en Malasaña los jueves, festivos y fines de semana. Desde finales de mayo, trabajando a destajo en un chiringuito playero. Allí está lo peor.


 Allí, día a día, tiene que lidiar con nuevos ricos venidos de Rusia que se comportan como auténticos truhanes, que beben cava metidos en el mar (imitando alguna de esas películas hooliwolenses), rodeados siempre de mujeres, todas talla 38 y jóvenes, que comen y beben lo que venden en la playa, tirando todo en la arena y dejándola como un auténtico chiquero. Vive soportando jóvenes ingleses que ya caminan borrachos a los doce de la mañana, que defecan detrás del chiringuito, que miccionan en cualquier sitio y se pasean desnudos, dirigiendo sus penes y sus risotadas hacia todas las muchachas con las que se cruzan. 


Vive soportando al gañán español que se cree que porque está de vacaciones, todos los que trabajan están a su servicio y antojo, pide las cosas a voces y sin educación y se cree con el derecho de pisotear a todo aquel que trabaje en los lugares que frecuenta. Él no entiende de derechos, ni de las condiciones que soportan esos trabajadores. Reclama si la cama tiene una arruga, si hay un pelo en el suelo de la habitación, si tardan más de dos minutos en servirle la paella (el mismo pienso rojizo que engullen los cangrejos humanos) o si la TV del hotel no tiene canales de deportes.


Virginia ha visto en la TV como el presidente de su país le ha llamado antipatriota. Porque debería estar agradecida ya que toda esa fauna le paga la limosna que su jefe llama salario. No importa que esté harta de aguantar paletos asilvestrados que gastan como Onassis, “teenagers” pasados de alcohol que hacen de la playa su cochiquera particular y de orondos patriotas españoles que creen que su sombrero Panamá y su paquete turístico “low cost”, es la puerta a un marquesado.


 No importa porque hay que mimar al turista y poner la cama. 


Viendo la TV, se pregunta que para qué coño ha estudiado.
 

¿Turismofobia? No.  Sobreexplotación y pobreza

 

Turismofobia es el nuevo palabro inventado por los juglares y bufones que trabajan en los medios de la posverdad (#Vertimedios). Y todo a consecuencia de unas acciones llevadas a cabo por chavales que sólo quieren reclamar atención sobre la injusticia de un modelo que les lleva a ser ninis , al paro  o a trabajar de camareros esclavos.


En realidad, en este país gobernado por la caverna de la corrupción, dónde un caradura  denomina antipatriotas a quiénes tienen el privilegio de poder ejercer su derecho de huelga para reclamar condiciones laborales que hace ocho años ni siquiera imaginábamos en peligro, dónde los sinvergüenzas que se enriquecen a través de los cohechos, las mordidas y los sobres en B y los que ponen el capital obtenido ilícitamente a buen recaudo en Suiza, Panamá o cualquier otro paraíso fiscal, tienen la jeta de ponerse todos los días la chapita de la marca España y de considerarse a sí mismos salvadores de la patria, no hay odio general al turista, ni al extranjero, ni mucho menos a quién llega a pasar unos días comportándose civilizadamente ya sea tomando el sol en la playa o visitando el numeroso patrimonio cultural del que gozamos.


 En este país, los patriotas de hojalata, los de las cuentas en Suiza o Panamá llevan esquilmando cualquier recurso natural en beneficio propio, toda su vida. El turismo no puede ser (no lo es de hecho) aunque les pese, el motor económico de España.


El turismo no crea valor añadido, ha producido tradicionalmente efímeros empleos, de baja calidad, con salarios de miseria y condiciones laborales cercanas al servilismo y la explotación y sobre todo, consume unos recursos (hídricos, sobre todo) de los que actualmente carecemos.


 Sin embargo, produce enormes beneficios para grandes cadenas del sector de la hostelería y sobre todo, para los amigos del cohecho que han vivido tradicionalmente de las mordidas del ladrillo, como podemos observar echando un repasito a la corrupción en Baleares, la Comunidad Valenciana y Madrid.


Ahora, además, muchos de los que se consideraban clase media, de los que se creían a salvo de esta situación de latrocinio, han reaccionado pero no por las condiciones laborales que les importa una castaña.


Condiciones, dicho sea de paso, surgidas de eso que han denominado crisis, pero que en realidad ha sido una reconversión laboral que ha llevado a la pérdida casi total de derechos laborales, al cobro de limosnas como salarios, a los horarios indeterminados, a la supremacía mafiosa de muchos empresarios y a los contratos por horas que te eliminan de las listas del paro.


 Esa clase media se acaba de dar cuenta de que este sistema de sobreexplotación, de ganar a toda costa sin pensar en lo demás, les produce molestias y les toca el bolsillo.


Porque en algunos lugares como Barcelona, Donostia o Madrid, este desmesurado uso de la calle y de los recursos públicos ha llegado a tal desmadre que es imposible pasear por las Ramblas, que es difícil vivir en el centro de Madrid, Barcelona o Donostia, o que es muy molesto tomar unos vinos tranquilamente en el barrio viejo de San Sebastián.


Cuando esa media clase que se creía intocable ha visto que ya no puede vivir dónde siempre lo ha hecho porque no puede competir con los pisos alquilados ilegalmente como plazas hoteleras, que no puede moverse tranquilamente en su ciudad, (que sostiene con sus impuestos) y que no puede dormir por las noches porque cientos de niñatos borrachos se dedican a montar bronca, entonces es cuando surge este movimiento que no va contra la explotación laboral, ni contra la esclavitud de Kellys y camareros, sino como el clamor de hacer notar “qué hay de lo mío”.


El problema no es el turismo. El problema son los empresarios déspotas y negrerosEl problema es que, con este engaño de la crisis, los salarios han caído de tal forma que las grandes cadenas hoteleras pueden ofertar cientos de plazas “low cost” que atraen a cientos de indeseables cuyo único fin no es el sol, la playa o los monumentos, sino venir a beber que sale barato. 


El problema es que las Kellys tienen que trabajar por dos euros la hora. El problema es que los camareros tienen que hacer doce horas diarias por poco más del salario mínimo. El problema es que España, la España de Felipe González, acabó con el tejido industrial que crea riquezavalor añadido y salarios que dan para vivir y apostó por convertir a este país en un país tercermundista que dedica muchos de sus recursos y sus trabajadores al turismo servil.


Con salarios decentes, con trabajos estables y bien pagados no es posible ese turismo “low cost” que consume agua, electricidad y llena las calles de deshechos, que pagamos nosotros, pero que llena las carteras de los hosteleros y vividores de todo lo que sea en B.


No hay turismofobia, sino sobrexplotación, pobreza, miseria y tercermundismo.



Salud, república y más escuelas.



 Jesús Ausín




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