Si es una contradicción ser ricos y de izquierdas, ¿no es una contradicción mayor ser pobres y conservadores de derecha?
No hace muchas horas Diego Maradona le envió un mensaje al
presidente venezolano para que lo considerase uno de sus soldados.
Poco después, Henrique Capriles, el eterno candidato de la oposición venezolana (casi tan eterno como Leopoldo Lopez y su familia de empresarios de la gran prensa conservadora) respondió echando mano a una de las frases prefabricadas que más gustan de usar los reaccionarios latinoamericanos: Maradona, como tantos otros, “son gente que se dice de izquierda y al final viven como millonarios”.
¿De dónde habrán sacado que si uno es de
derecha puede vivir como rico y si es de izquierda debe vivir como
pobre? Hace poco contestamos al mismo fast food, pero harto popular argumento, de que si uno escribe en una computadora y usa internet no puede criticar al capitalismo, porque todo eso se debe a su creación divina.
Cierto, es muy difícil defender las
ocurrencias de Maradona. El hombre, además de haber sido el único
futbolista mágico de la historia, se caracteriza por una espontaneidad
que va más allá de cualquier lógica. Pero pocos futbolistas exitosos se
han atrevido a romper los cánones de la autoridad arbitraria. En eso
tiene un mérito que se subestima: el hombre no dice lo que le conviene
sino lo que piensa, equivocado o no.
Mucho más difícil es entender y
justificar las decisiones del presidente Maduro. No sólo sus opciones
económicas (un país dedicado al monocultivo no puede prosperar; es algo
que lo hemos venido repitiendo desde hace más de diez años, no solo
referido a Venezuela).
También sus decisiones políticas (la Asamblea
constituyente solo sirve para echar leña al fuego en la narrativa del
sistema Global dominante sin ninguna ventaja política para sus
opositores, por mencionar uno solo de sus errores catastróficos).
Venezuela se ha erigido hoy en una de
las peores pesadillas de los progresistas latinoamericanos.
Todo lo cual
no significa que la vieja derecha conservadora del continente, al viejo
estilo fascista y golpista, tenga algo para elogiar.
No son nuevos
héroes; son viejos oportunistas que, tarde o temprano, lograrán lo que
se proponen. Eso es seguro. Eso de la “libertad” es una bonita excusa
que ha sido usada durante todo el siglo XX para camuflar la realidad de
los intereses, no solo de las clases acomodadas sino de sus padrinos,
las grandes empresas europeas y estadounidenses.
La doble vara ni siquiera se considera. O
no importa. Si Donald Trump destituye al jefe del FBI (James Comey)
porque lo está investigando, si luego destituye a su fiscal general
(Sally Yates) porque no apoyó el bloqueo a inmigrantes de siete países
musulmanes (y un largo etcétera), eso es democracia. Si el presidente de
una república bananera, Nicolás Maduro, destituye a la fiscal (Luisa
Ortega) por pronunciarse en su contra, eso es dictadura para los mayores
medios del mundo.
Si un helicóptero de la Policía científica de
Venezuela ataca a balazos el Tribunal Supremo de Justicia en Caracas, si
los militares venezolanos atacan un cuartel en un intento de golpe de
Estado, si la oposición acumula bombas en diferentes rincones del país y
los arroja a la policía o simplemente queman vivo a otros
manifestantes, eso es en “defensa de la libertad” y como “legitima
respuesta” de la “represión del gobierno”.
Si mucho menos ocurre en Estados Unidos,
en España o en Francia, eso es terrorismo, y se paga como tal. Por no
entrar a considerar prisiones, como la que Estados Unidos todavía
mantiene en el territorio ocupado de Guantánamo (recordemos que después
de diez y doce años de torturas, la mayoría, varios cientos de
prisioneros, fue declarada inocente, solo culpable de haber estado “en
el lugar erróneo en el momento equivocado”; los liberados nunca
recibieron indemnización, ni económica ni moral).
No se puede comparar
Guantanamo y las cárceles que tiene “la dictadura venezolana”, cuyos
prisioneros más notables se van a sus casas y conspiran cada día en la
prensa internacional como si fuesen mártires.
Para colmo, Maduro se despacha con esa
reforma constitucional, buena para nada. Hasta la reelección indefinida
(repito, un mamarracho) ya está en la actual constitución de Venezuela.
Otra demostración de que si Maduro es un dictador, nunca podrá ejercer
plenamente como tal por falta de facultades plenas, más allá del cierto
acoso a la prensa (sobre todo a la vieja prensa golpista, defensora de
sus propios intereses de clase y finanzas).
La sagrada (y actual, con enmiendas)
constitución de Estados Unidos permitió por ciento cincuenta años la
reelección indefinida, gracias a lo cual el presidente (cierto, uno de
los mejores que tuvo este país) Franklin Roosevelt pudo ser presidente
por cuatro periodos consecutivos.
Si un presidente latinoamericano
propone lo mismo en América latina (déjenme repetir, a tono personal,
que me parece una pésima idea), entonces es considerado propio de las
dictaduras latinoamericanas. Todo lo que haga Estados Unidos o Europa
estará bien, o casi bien, por la simple razón que son ellos los que
administran la narrativa global (ya que, todavía, administran el sistema
global que rige el mundo).
Claro que la arrogancia unilateral cada
vez es más difícil de sostener. Se resiste, pero las condiciones
geopolíticas y económicas indican lo contrario. Todo lo cual es de temer
que se cumpla, una vez más, la lógica (o trampa) formulada por
Tulcidides miles de años atrás y tengamos un conflicto a gran escala en
este mismo siglo, sino en esta misma generación.
Claro, José Mujica es un consecuente.
Vive como piensa y piensa como vive. No deja de ser un mérito relativo.
¿Pero quién dijo que el objetivo de los progresistas es la pobreza y no
la verdadera libertad, es decir, la igual-libertad? Si
consideramos que todos (Mujica, Maradona, Bill Gates, Trump y cualquier
otro ser humano que pisa este planeta) vive en un sistema global que no
es otro que el capitalismo más obsceno, a mí no me sorprenden ni me
escandaliza que haya hombres y mujeres que distan de ser pobres y son de
izquierda. La derecha quisiera verlos pobres y anulados o, al menos,
sin voz.
Incluso hay millonarios con algunas ideas de izquierda, como
Warren Buffett, que pedía desesperadamente que le suban los impuestos, a
él y a su minúscula, insaciable y patológica clase social que continúa
invirtiendo billones en propaganda para promover leyes y narrativas que
le permitan aumentar aún más sus ganancias.
En pocas palabras, no encuentro tan
contradictorio que haya gente rica que sea de izquierda. Al menos no tan
contradictorio como lo contrario. Según las estadísticas, los estudios y
los resultados electorales, como los más recientes de las elecciones en
Estados Unidos de 2016, según casi todas las elecciones en el último
siglo y más en América latina, los conservadores de derecha abundan en
las clases más pobres y en las más ricas. Por obvias razones. En casos
son mayoría.
Entonces, si es una contradicción ser
ricos y de izquierdas, ¿no es una contradicción mayor ser pobres y
conservadores de derecha?
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