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lunes, 7 de agosto de 2017

La próxima España negra

Mapa actualizado de temperatura en Europa | Fuente: Weather Channel


Europa se calienta a mayor velocidad que el resto del planeta. Lo dice el último informe de la Agencia Europea del Medioambiente, elaborado de manera conjunta por 60 especialistas e instituciones. Aseguran que la cuenca mediterránea sufrirá un aumento drástico de temperatura, sequía, incendios, inundaciones y cosechas perdidas.


Solo que en España ya está ocurriendo: el pasado 13 de julio, Córdoba batió el récord histórico de temperatura. Como dice el investigador principal del informe, Hans-Martin Füssel, “las proyecciones climáticas se están haciendo realidad”.


La península ibérica está en la zona templada del planeta, encajada entre la masa de aire frío y húmedo que viene del Atlántico y la de aire caliente y seco que viene de África.


 Las altas temperaturas son inherentes a nuestro contexto geográfico, un legado al que contribuímos largamente con prácticas, planificaciones y tecnologías que las suben todavía más.


 Ya hay estudios que afirman que los incendios de Portugal y Doñana son consecuencia directa del calentamiento global.


La alarma de verano se activó con el devastador incendio de Pedrógão Grande, que acabó con 50.000 hectáreas de bosque y mató a 64 personas. En lo que va de año, en España se han quemado más de 15.000 hectáreas. Casi todas han sido en en Parque Nacional de Doñana, la mayor reserva ecológica de Europa, Patrimonio de la Humanidad desde 1994. Y la quincena más calurosa del año aún tiene que empezar.
 

Temperatura

El año pasado fue el más cálido jamás registrado. Según nuestros modelos, probablemente fuera el más cálido en los últimos 115.000 años. Fue el tercer año consecutivo que rompe ese récord. Según la UN World Meteorological Organisation, 14 de los 15 años más cálidos han sucedido después del 2000.


La Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) anunció que este verano en España sería más caluroso de lo normal, especialmente centro y sur de la Península, con una media que estará entre medio grado y un grado por encima de lo habitual.


 De momento se confirman sus predicciones: el pasado 13 de julio el observatorio de Córdoba aeropuerto anunció la temperatura más alta jamás registrada en España: 46,9 grados.


Estaría tres décimas por encima del último récord absoluto, los 46,6 grados que vivieron Córdoba y Sevilla el 23 de julio de 1995. Pero la Agencia de Naciones Unidas para la Acción Climática dice que en Montoro, a 41 kilómetros subiendo por el Guadalquivir arriba, la temperatura fue de 47,3 grados.


La temperatura más alta jamás registrada en todo el planeta es de 56.7°C. Sucedió en California el 10 de julio de 1913 en Greenland Ranch. Por algo lo llaman el Valle de la Muerte.
 

A una primavera seca siempre le sucederá un verano fatal. Las olas de calor son letales. Según la OMS, la que atravesó Europa en 2003 mató al menos a 35.000 personas, pero hay estudios que elevan la cifra a 70.000.


La de 2010 en Moscú mató 10.000 personas; la de Chicago en el 75 mató al menos a 700. Una diferencia de medio grado no sólo produce insolaciones y deshidratación, también provoca fuegos e inundaciones. El efecto de la temperatura no es aritmético sino exponencial.
El ser humano es capaz de tolerar temperaturas siempre que no se alejen mucho de los 37 grados.


Tras analizar las muertes provocadas por 783 olas de calor en 164 ciudades a lo largo de 30 años, el biólogo colombiano Camilo Mora de la Universidad de Hawai publicó en la revista Nature que el 30% de la población mundial está ya expuesto a condiciones climáticas letales durante al menos 20 días al año.


Según sus proyecciones, si seguimos funcionando como hasta ahora, en 2100 será el 74% de la población mundial el que tenga que sobrevivir a temperaturas letales. Si cumplimos los acuerdos de París y reducimos las emisiones tóxicas drásticamente, será “solo” un 48%. Estamos entre Guatemala y Guatepeor, pero es mucho mejor Guatemala. Sin embargo, mantenemos el sistema económico que lleva derecho a Guatepeor.


 
Predicción de falta de agua en 2040 | Fuente: World Resources Institute

Agua


Este año, la sequía se llevó el 40% de la cosecha española de cereal. Es la peor de los últimos 30 años. Los más afectados han sido los de la Meseta norte (Palencia, Valladolid, Salamanca, Zamora, Soria, Segovia y Burgos). Los agricultores de la zona han perdido entre el 80 y el 100% de su cosecha.


La Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) dice que, desde que comenzó el año hidrológico en septiembre 2016, las lluvias acumuladas hasta el pasado 23 de mayo están un 12 por ciento por debajo del valor medio normal. La situación en el regadío es preocupante, con la reserva hidráulica al 57,7% de su capacidad total. Los embalses gallegos registran una quinta parte menos de agua que el año pasado por estas fechas.


Se dice que una zona es árida cuando tiene una precipitación anual inferior a 300mm. En España hay un 2,6% de zonas áridas, incluyendo Almería, Murcia, Alicante y las islas Canarias más orientales.


En el caso de Murcia, es el 32% de la provincia.También tiene una de las temperaturas máximas absolutas anuales de la península, con 45.7 ºC. Si la temperatura sube los dos famosos grados, la mayor parte del sur de España y de la cuenca mediterránea será desierto. Un informe del Ministerio de Medio Ambiente dice que el 80% de España corre el riesgo de convertirse en desierto a lo largo de este siglo.


“Tenemos más certeza de la tendencia a la desertización de esa región que de cualquier otra cosa en el planeta- explicaba recientemente Wolfgang Cramer, director científico del Instituto Mediterráneo para la Diversidad y la Ecología en Aix-en-Provence. - Las temperaturas han subido un grado de manera global pero 1.4º en el Mediterráneo”. Como hemos visto antes, la desertización es parte de un fenómeno ciclotímico, cuya cara opuesta son las inundaciones.





 Mapa de la sequía (2016)

 
Después del fuego y la desertización, llegan las inundaciones. Parece contraintuitivo, pero la sequía es un trastorno bipolar cuya cara opuesta son las grandes precipitaciones, que erosionan los montes castigados por la explotación intensiva y arrasan las ciudades sin árboles colonizadas por el cemento.


El suelo sin árboles no absorbe bien el agua, convirtiendo esas tormentas en inundación. El escenario es apocalíptico. Solo puede ir a peor.


Árboles

  

Gavin Schmidt, director del Centro de Estudios Espaciales del Instituto Goddard en la NASA, explicaba el pasado enero que el 90% de las señales de calentamiento en 2016 eran consecuencia de las emisiones de gases de efecto invernadero.


Según la Agencia Europea del Medioambiente, nuestra emisión de ese tipo de gases aumentó un 0,5% por segundo año consecutivo en 2015. Esto a la vez causa y consecuencia del calentamiento global: en una espiral de destrucción infinita, al impacto de las altas temperaturas hay que sumarle el efecto rebote de las medidas que tomamos para combatirla.


Por ejemplo, la temperatura y la sequedad de las ciudades ha empeorado dramáticamente por la tala de los árboles, que proporcionan sombra y evitan que el sol golpee el suelo con demasiada intensidad, provocando la evaporación de agua. También mantienen la humedad ambiental expulsando agua a la atmósfera a través de sus hojas.


La humedad contribuye a la formación de nubes y a la lluvia, que a su vez contribuye a que haya más vegetación, bajando la temperatura y reduciendo las emisiones de dióxido de carbono. Sabiendo todo eso, las grandes ciudades españolas han escogido un desarrollo por el camino opuesto. En ciudades como Madrid, miles de árboles han sido arrancados en los últimos 30 años en favor de los coches.


El desarrollo urbano de las últimas décadas ha eliminado filas enteras de arbolado para meter nuevas vías de circulación; bien en obras como la de la M-30, bien convirtiendo nuestras plazas en grandes losas de cemento con aparcamientos subterráneos. En todos los casos, cambiando los pulmones de la ciudad por su reverso exacto, agentes contaminantes que suben la temperatura y consumen la humedad.


Como consecuencia directa, una población asfixiada ha integrado el uso de aire acondicionado en hogares, oficinas y en los propios coches, combatiendo el calor con tecnologías que contribuyen a empeorarlo. En las zonas rurales, los bosques también han evolucionado. Saber si ha sido a peor o a mejor es más difícil de lo que parece.

No todos los bosques son bosque


Técnicamente, España es ahora más verde de lo que era hace cien años, y Europa también. Según un famoso análisis realizado por Richard Fuchs en la Universidad de Waningen (Holanda) la superficie cubierta por bosques en el continente ha aumentado más de un tercio desde 1900 hasta 2010.



El estudio indica que en España hay un 10% más de bosque que hace un siglo, pero eso no significa que sea la misma clase ni que tenga el mismo impacto. El uso del suelo es determinante para su impacto medioambiental: los terrenos de cultivo y los pastos son fuentes intensas de CO2, además de haber establecido prácticas que comprometen espacios fundamentales protegidos por su biodiversidad. Es el caso de Doñana, donde se conjugan una cantidad excepcional de factores que auguran lo peor.




Lo explicaba en un artículo Javier Gallego:

El exceso de cultivo intensivo y de pozos ilegales que están desecando las marismas, un plan para profundizar el cauce del Guadalquivir que podría salinizar los humedales, otro plan para reactivar la mina de Aznalcóllar que contaminó las aguas de la zona hace unos años y la cesión de tierras contiguas al parque como almacén de Gas Natural, son los focos principales de una pira que puede convertirse en funeraria si nadie hace nada por evitarlo.

No hace falta modificar las leyes de recalificación del suelo para influir en un espacio protegido. El último informe del Ministerio de Medio Ambiente sobre el Estado de los Acuíferos alerta del mal estado de la mayor parte del acuífero, por culpa de la sobreexplotación.


Estado de los acuíferos de Doñana | Fuente: Ministerio de Medioambiente
 
  Las reservas del agua del humedal están siendo agotadas por la agricultura de regadío en la zona, además de las 3.000 hectáreas de cultivos y más de 1.000 pozos ilegales que crecen sin control.
Más al norte, la tierra pierde agua por otro agujero: la industria maderera y el impacto de una especie foránea amiga del fuego.


El estudio indica que en España hay un 10% más de bosque que hace un siglo, pero eso no significa que sea la misma clase ni que tenga el mismo impacto. El uso del suelo es determinante para su impacto medioambiental: los terrenos de cultivo y los pastos son fuentes intensas de CO2, además de haber establecido prácticas que comprometen espacios fundamentales protegidos por su biodiversidad.


Es el caso de Doñana, donde se conjugan una cantidad excepcional de factores que auguran lo peor.




Lo explicaba en un artículo Javier Gallego:

El exceso de cultivo intensivo y de pozos ilegales que están desecando las marismas, un plan para profundizar el cauce del Guadalquivir que podría salinizar los humedales, otro plan para reactivar la mina de Aznalcóllar que contaminó las aguas de la zona hace unos años y la cesión de tierras contiguas al parque como almacén de Gas Natural, son los focos principales de una pira que puede convertirse en funeraria si nadie hace nada por evitarlo.

No hace falta modificar las leyes de recalificación del suelo para influir en un espacio protegido. El último informe del Ministerio de Medio Ambiente sobre el Estado de los Acuíferos alerta del mal estado de la mayor parte del acuífero, por culpa de la sobreexplotación.


Estado de los acuíferos de Doñana | Fuente: Ministerio de Medioambiente

Las reservas del agua del humedal están siendo agotadas por la agricultura de regadío en la zona, además de las 3.000 hectáreas de cultivos y más de 1.000 pozos ilegales que crecen sin control.
Más al norte, la tierra pierde agua por otro agujero: la industria maderera y el impacto de una especie foránea amiga del fuego.


El eucalipto, reguero de fuego

Todo monocultivo es enemigo de la diversidad. En el caso del eucalipto, la combinación de especie y prácticas industriales multiplica su impacto. El árbol australiano es una especie foránea que crece rápidamente y consume una gran cantidad de agua, acabando con la vegetación y la diversidad y favoreciendo la erosión rasante.


A la naturaleza del árbol se suma la del negocio. La tala de eucaliptos a breves intervalos agora rápidamente las reservas de nutrientes del suelo. Los ciclos cortos de un bosque eternamente joven consume mucha más agua y recursos, sin entrar a valorar el efecto de fertilizantes en el entorno.


En el primer Inventario Forestal Nacional de 1972/73, el eucalipto ocupaba 131.181 hectáreas.


 En el segundo en Galicia, realizado entre 1997 y 1998, ya ocupaba 396.344. Según los datos de la Consellería de Medio Rural, en Galicia hay hoy unas 425.000 hectáreas de eucaliptos, un 76 por ciento más de lo que había planificado en 1992.


 La Ley de Montes de 2012 prohibió plantar eucaliptos en terreno agrícola, en los márgenes de los ríos, en la proximidad de las casas y de las carreteras. Pero no es tan fácil contener su expansión.



Árbol eucalipto | Alexander Wurditsch / Panthermedia
 
  El eucalipto es una especie pirófita: no solo genera un entorno que favorece los incendios y sobrevive a ellos, sino que los utiliza como método de expansión. La cubierta muerta del eucalipto no se descompone con tanta rapidez como la de los bosques indígenas, porque no es buen alimento para las termitas y otros insectos. Esa corteza seca que se amontona, combinada con la sequedad y la desaparición de la cubierta forestal, hace que el suelo donde hay eucalipto sea altamente inflamable, facilitando el comienzo y la expansión del fuego.


Cuando llega arriba, la presencia de aceites volátiles en sus hojas conduce las llamas a gran velocidad, saltando por encima de ríos y carreteras. Propaga el fuego sin consumirse. Tiene una corteza que protege sus yemas latentes de la carbonización. Las semillas también vienen envueltas una capa de madera resistente. Cuando todo ha terminado, aprovecha la devastación para extender sus dominios por tierra y por aire.


Por aire, con sus semillas, dependiendo de la intensidad del incendio. Si el fuego era moderado y sólo se quemó la corteza, guarda las semillas durante un año o más. Si el incendio ha arrasado con todo, las expulsa en los meses siguientes. Por debajo planta largos dedos en la tierra carbonizada saliendo de las fincas y asentándose más allá de las lindes que establece la ley.


El km 7,5 de la Nacional 236 portuguesa donde murieron más de 30 personas el pasado junio estaba rodeado de eucalipto, incluyendo el camino cortafuegos y los eucaliptos silvestres que llegaban la cuneta. En un país diezmado por los recortes resulta imposible controlar su expansión.


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