Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


miércoles, 29 de marzo de 2017

Amancio visita el cortijo



Las visitas de la Señora Marquesa al cortijo eran todo un acontecimiento en Los Santos Inocentes de Mario Camus. Con sus mejores galas, es decir, con las ropas menos rotas, los trabajadores del campo recibían a la Señora de brazos abiertos y manos extendidas. 


Bajo una encina, los campesinos hacían cola pacientemente hasta que les llegase su turno para recoger, de la mano de la Señora vestida de impoluto blanco papal, unas monedas en forma de limosna. 


La Señora Marquesa, sentada a la mesa junto a su nieto, que ese año tomaba la comunión, no entregaba caridad a cambio de nada: ¿Ha aumentado la familia, Facundo? Este año Dios no lo ha querido, Señora Marquesa, siguen siendo ocho. Pues que sean nueve, Dios lo querrá. Así será, Señora Marquesa. Ahora toma, para que celebréis en casa mi visita; y por la comunión de mi nieto, otra moneda; dásela, niño.


Las donaciones de la Señora Marquesa, por mucho que alegrasen el día a aquellos trabajadores del cortijo, no dejaban de ser un insulto que hoy, treinta años después del estreno de la película, deberíamos ver con claridad. Por muchos motivos. El primero de ellos, porque la caridad se puede ejercer cuando la opción de justicia no está al alcance de tu mano. 


En el caso de la Señora Marquesa, esa caridad sustituye a un sueldo digno para los campesinos que no haría necesaria la limosna. El segundo, porque lo que la Señora Marquesa se ahorra con ingeniería fiscal lo pagan los trabajadores del cortijo de su bolsillo. 


Y ese ahorro que beneficia a la Señora Marquesa es mucho mayor que la caridad que ejerce. Si la solidaridad te sale a devolver, no es solidaridad. El tercer motivo que hace que las donaciones de la Marquesa sean un insulto es que la gran señora hace de ese supuesto acto altruista un spot publicitario. Mirad mi generosidad. 


De haber sido hoy la escena de la entrega de monedas, –¿se imaginan?– todos los grandes medios lo llevarían como noticia del día, agradecidos. ¿Cuánto le hubiera costado a la Señora Marquesa una campaña de publicidad de ese tipo en prensa, radio y televisión asociando su nombre a la marca Cortijo? Pues sólo unas monedas.


El cuarto motivo es que todo este paripé perpetúa un modelo de sociedad, cada vez más desigual, en el que la comida o, peor aún, la salud, dependen directamente de que le vaya bien a la Señora Marquesa. Y no sólo eso: alimenta un fantasma en la cabeza del campesino. 


Un fantasma que apaga la capacidad de revisar las ropas rotas propias para fijarse en las ropas impolutas de la Señora Marquesa: qué alegría verla bien arriba en la lista Forbes de las mejores vestidas, eso nos viene bien a todos. El quinto motivo que hace de esta supuesta caridad un insulto es la indefensión. 


Ligado ya nuestro plato y hasta nuestra salud a la bonanza de la Señora Marquesa, sólo nos queda estar agradecidos porque cree puestos de trabajo para campesinos. 


En el imaginario popular de la cola bajo la encina, el cortijo no es un negocio que necesita a equis número de personas que lo trabajen para generar beneficios que van al bolsillo de la Señora Marquesa, sino que esos empleos son una especie de regalo a los trabajadores del cortijo. 


 Hay que estar agradecido de que la Señora Marquesa sea emprendedora, en esta y otras tierras.


Encantada de conocerse y de su propia caridad, la Señora Marquesa acabó la entrega de limosna en el cortijo sonriente, sin caer en la cuenta de la baja calidad de la ropa con la que iban a recibirla. Unas ropas rotas que, a base de limosnas, no saldrán nunca en una lista Forbes de gente vestida de forma digna.







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