Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


miércoles, 17 de septiembre de 2014

"La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por la forma en que ésta trata a sus animales." Gandhi




Última mirada de "ELEGIDO" , después de ser salvajemente torturado y antes de ser cobardemente asesinado







 "La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por la forma en que ésta trata a sus animales."

 Gandhi    





Tu sangre seca en mis manos, seca en mi boca, seca en mi ropa. Tu sangre húmeda en mi memoria, húmeda en mis palabras, húmeda en mi alma. Tu sangre seca en sus corazones y húmeda en mis lágrimas.

Tu sangre, que por mucho que me la lavo, me huele, se queda. Huele a hierro. Al mismo hierro con el que se fabrican las lanzas. Al metal que corona la guadaña de esta muerte llamada España.

En el palenque, Elegido. Erguido, guapo, elegante. Enfrente, los desechos cavernarios, toscos, asesinos, ignorantes. 

Todos corren a cada embestida, a cada paso, a cada mirada de Elegido. Yo permanezco casi inmóvil, con movimientos lentos, intentando que reciba la energía que le mando y que dice "huye, corre, vete". Elegido se defiende. Se lleva a cuatro por delante y a uno le manda al hospital, con una mano en el agujero que le ha dejado la cornada, en el pecho, y la boca desgarrada, en un colgajo. ¡Bien!


A Elegido le han temido. Nadie se ha atrevido, tras la quinta cogida, a hacerle un corte. Incluso tres jinetes de la guardia civil intentaron llevarle hacia el límite, cosa prohibida. Pero nada.


Poco a poco, sin escucharme, bien porque es una utopía la telepatía, bien porque los malos pensamientos de los cientos que allí había no le dejaban escuchar mi voz, Elegido se acercaba a la bandera, señal de comienzo del "torneo". En un momento, todo desaparece. Sólo estamos el desierto de la Vega, Elegido, que se me queda mirando, y yo. Le suplico que no entre. El me mira y sin decir nada lo dice todo. Le sigo suplicando, pero los garrulos le andan picando. De pronto vuelve la gente y mi vida y la suya siguen adelante, entre lanzas, crines, asesinos y matarifes. Elegido entra al palenque.

Enseguida más de 100 caballistas rodean al pobre Elegido. No le dan la oportunidad de de escapar, de correr, de luchar. Los lanceros se turnan para atacarle. Cobardes. Con armas de tres metros cincuenta, no son más que cobardes que no se atreven con un toro. Necesitan usar engaños y distracciones.
La primera lanzada desangra el pecho de Elegido y vomita mi alma. la segunda deja un orificio por el que se asoma la suya y parte de una tripa.

Entre los dos verdugos pelean por la pieza cobrada, sin importarles la libertad robada, la familia secuestrada o la dignidad sacrificada.


Una más, y otra. Varias lanzadas. Una de ellas, con Elegido distraído, vino por la espalda. La lanza entra, casca y queda la punta colgada. Ahora ya tiene, a modo de banderilla, un mechón largo de carne desgarrada.

A Elegido le han dejado lleno de agujeros, por los que se le han ido agotando la vida, la dignidad, la esperanza y por donde le ha entrado la agonía. A cada lanzada que recibía, un alfiler en mí se clavaba.

Rodilla al suelo y parece que acaba el "duelo". Pero se levanta y arrasa. Lástima que solo embite al aire y no hay nadie a quien mandar en la otra ambulancia. De nuevo al suelo tras golpes de lanza.


Unos jalean descabellos, otros piden calma. Dicen que se levanta. Y de nuevo, Elegido, herido, en su carne y en su orgullo, rima su nombre y Erguido, se planta ante tan macabra Santa Compaña y despunta al viento en busca de compañía hacia la otra vida. De nuevo cae, y se levanta. 


Todo el mundo retrocede, y solo quedamos en el círculo Elegido y yo, o al menos eso me pareció. Busca perdido. Me encuentra. Nos miramos. Le pido que se quede tumbado, que lo deje, que no lo intente. Él no entiende. Sólo me da las gracias por haber encontrado unos ojos sin odio ni sed de lanza. Esa misma lanza que en ese momento pienso en coger y llevarla a su garganta. Y evitarle sufrir. Elegido se resigna y otra vez se levanta, pero ya no puede, ya no quiere. cae al suelo donde está su lápida, cincelada un año atrás. Viene la puya. Y aquí es donde... donde... ¿Cómo explicarlo? 


He recogido animales, se me han muerto en las manos, he tenido que tomar la decisión de eutanasiarles... pero... ver bajar esa puya, ver cómo no va y sentir que va a fallar. Ver cómo el ejecutor duda, tiembla. Tiene miedo de que se vuelva y le vea la cara. El aliento que dejó escapar Elegido se ha quedado grabado en mi cabeza y me golpea sin cesar. Jamás había escuchado un sonido gutural tan crudo, tan de auxilio, tan de incomprensión. Fue su "¿por qué?". Un por qué y un grito ahogado, un mugido siniestrado, que repitió en cada puyazo mal dado.


Las gafas de sol tapaban mis lágrimas y mi mano mis gritos. Pero a él le querían tapar ya la tumba. Sin moverse, por miedo a más dolor, el dolor vino en otra puya, y en otra y en una cuarta. Todas malas, todas excesivas, todas con un castigo que no había merecido pues nadie le preguntó al nacer, si quería ser el Elegido.


Ahí no pude evitar gritar un insulto al asesino. Al momento vino otro, incluso con otra puya, pues el primero había soltado la suya, por miedo a un animal más indefenso ahora herido que cuando estaba sano. Lo único bueno es que este segundo matarife no falló y la cabeza de Elegido fulminó el polvo del campo de exterminio de la Vega, regada con su sangre y con mi llanto.


La "gente" se agolpaba. El asesino con lanza clama por la insignia. Se la arrancan y se sube encima del cuerpo parapléjico, que no sin vida, de mi hermano astado, saltando sobre su vientre aplastado. Sin pensarlo, me abalanzo y le empujo. y al que se sube al lado lo mismo. Ya que no le habéis respetado la vida, dejadle que se vaya de la forma mas digna, pues os ha plantado cara cuando le habéis violado. Entre tanta gente agolpada, yo llorando. Me agacho a su cuello, le abrazo con las dos manos y le susurro "Perdona, me he equivocado. Sólo he sido capaz de estar a tu lado. Ya todo ha acabado. Lo siento, Elegido". Y desaparecí entre la multitud como su aliento entre los granos de arena.


Y su sangre caliente por mis manos, mi camisa, mi frente. Su sangre seca que golpea las teclas de mi teclado mientras os cuento como fueron sus últimos instantes. Ha sido mucho más crudo que esto, pero me hace daño el recordar. 


No podré olvidar sus últimos mugidos, ni sus ojos sin maldad, ignorantes, llenos de pavor. No podré quitarme este olor hasta que dejen de asesinar animaesl en la Tordesillas. No podré volver a dormir sin escuchar como llora el Toro de la Vega.


Alexis Perez








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